Mírame.
Mírame.
¡Mírame!
Te odio, Peter. Te odio tanto que te arrancaría la piel a tiras. Quiero matarte con tal de alejarte de ella. Te grito. Te lanzo cosas. Te ignoro. Lloro. Te suplico... ¡Oh, Peter! ¿Cómo puedes ignorar todo lo que hago para llamar desesperadamente tu atención? Te necesito. Necesito que me mires, necesito que me hables, que me quieras.... ¡Tú eres el único que puede hacerlo! Necesito ser de nuevo el centro de tu vida. ¡Deseo morirme a cada segundo y tú...!
La sonríes.
Coges su mano.
Acaricias su pelo y ¡Dios mío! ¡Es como si me apuñalaras de nuevo!
Siento que me vuelves a abrir una herida muy vieja y muy profunda, que nunca llegó a cicatrizar. Y chillo, de agonía. Y te grito, te grito que quiero estar muerta. Pero ya no me escuchas.
Te sonríe.
Quiero desgarrar esa sonrisa.
Y tú le devuelves la sonrisa.
Sé que la quieres. Que me has sustituido. Que me has usado y abandonado como a todos los demás niños perdidos. Que fuese la primera no quiere decir que no fuese distinta, pero yo quería creerlo. Porque TE QUIERO.
Pero tú ahora la quieres a ella.
Oh, por favor, Parca.
Estés donde estés.
Me arrepiento.
Me arrepiento.
Llévame contigo.