Llévame contigo.

Mírame.

Mírame.

¡Mírame!

Te odio, Peter. Te odio tanto que te arrancaría la piel a tiras. Quiero matarte con tal de alejarte de ella. Te grito. Te lanzo cosas. Te ignoro. Lloro. Te suplico... ¡Oh, Peter! ¿Cómo puedes ignorar todo lo que hago para llamar desesperadamente tu atención? Te necesito. Necesito que me mires, necesito que me hables, que me quieras.... ¡Tú eres el único que puede hacerlo! Necesito ser de nuevo el centro de tu vida. ¡Deseo morirme a cada segundo y tú...!

La sonríes.

Coges su mano.

Acaricias su pelo y ¡Dios mío! ¡Es como si me apuñalaras de nuevo!

Siento que me vuelves a abrir una herida muy vieja y muy profunda, que nunca llegó a cicatrizar. Y chillo, de agonía. Y te grito, te grito que quiero estar muerta. Pero ya no me escuchas.

Te sonríe.

Quiero desgarrar esa sonrisa.

Y tú le devuelves la sonrisa.

Sé que la quieres. Que me has sustituido. Que me has usado y abandonado como a todos los demás niños perdidos. Que fuese la primera no quiere decir que no fuese distinta, pero yo quería creerlo. Porque TE QUIERO.

Pero tú ahora la quieres a ella.

Oh, por favor, Parca.

Estés donde estés.

Me arrepiento.

Me arrepiento.

Llévame contigo.

Y tú no estás

Eleanor, querida hermana, adorada Campanilla:

¿Dónde estás?

¿Por qué no te veo?

Te has marchado.

No.

No puedes haberte ido. Tú jamás te hubieses ido. Me quieres, me necesitas.

No te atreverías a irte sin mí.

Tienes que estar a mi lado. Yo solo no soy nada. Estoy perdido sin ti.

Te quiero, más que a nada.

No puedes irte.

Todo lo que he hecho ha sido por ti. Por nosotros. Para que siempre estemos juntos. Peter y Campanilla, unidos por toda la eternidad.

Pero no estás.

¿Por qué te has ido? No podías hacerlo. No tenías derecho.

He hecho el sacrificio máximo y tú no lo has completado.

No, sé que no me has abandonado.

Nos queremos demasiado como para que lo hayas hecho. Somos hermanos y nada nos puede separar.

¿Y por qué no te veo?

Sé que estás a mi lado. Tienes que estarlo.

Pero no te veo, no te oigo, no te siento.

No quiero esta no vida sin ti. No puedo quedarme solo.

Tengo miedo.

Ven a mí, a mi lado.

Te necesito tantísimo que creo que me estoy volviendo loco.

Los días se suceden uno tras otro sin que halla nada que los diferencie. Todo es gris y opaco. Necesito de tu luz para poder existir en este mundo.

Y no estás, ¿por qué no estás?

Vuelve a mi vera y vivamos la vida que siempre quisimos llevar.

¡Somos libres! Sin obligaciones, exigencias. No hay un mundo de adultos. Niños para siempre. Unidos, juntos, inseparables.

¡Pero no te veo! Es lo que siempre quisimos.

Por tu culpa, tu invisibilidad, quiero morirme.

¡Yo solo quiero estar contigo!

Sin mí no eres nada. No puedes ser Campanilla sin Peter.

Sin Campanilla solo eres Eleanor. Y Eleanor, ¿quién es Eleanor? Nada.

Me necesitas, igual que yo te necesito a ti.

No soporto esta soledad tan pesada, asfixiante, agobiante.

La vida me está ahogando.

Vuelve, Campanilla, y libérame de esta soga que me está matando.

Sin mí no eres más que polvo, y sin ti, yo deseo serlo también.

Te quiero.

Te quiero.

Te quiero.

Te quiero.

Te quiero.

Te quiero.

Te quiero.

Vuelve a mí, y permite que ambos seamos felices.

Peter

Pesadillas

Se ha quedado dormida. ¡Al fin!
Ya es bastante malo que exista, ya es bastante malo que Peter la halla elegido a ella y tenga que vivir con nosotros y ya es bastante insufrible que Peter y ella no se separen. Pero es que, encima, cuando esta ella Peter no me habla, ni me hace el mínimo caso.
Vale, me sigue con la mirada cuando estoy a su alrededor, o incluso me sonríe cuando hablo o canto sin esperar respuesta, simplemente tratando de hacer ruido. Llevo fatal sentirme ignorada.
No lo soporto más, y tengo ideas retorcidas en mente para solucionar esto.
-Campanilla...-Canturrea Peter.
-¿Ahora sí que quieres hablar conmigo, hermanito? ¡Pues habla con la pared!
-Vamos, Campanilla. Odio no poder hablarte más incluso que tú.
-Lo dudo. Te estás uniendo mucho a ella, ¿sabes?
Suspira.
-¿Entrarás en mis sueño? Te echo de menos.
-No sé. Tal vez también este ella en tus sueños. Sería demasiado para mí.
-¡Hay veces que te pones imposible!-Murmura, marchándose enfadado.
Escucho como cierra la puerta de su cuarto y sonrío maliciosamente. Le conozco lo suficiente para saber que no vendrá a buscarme. No, siempre espera a que sea yo la que le busque.
-Pero hoy no, Peter...-Susurro con una amplia sonrisa, inclinándome sobre Wendy. Mis cabellos caen sobre su rostro, atravesándolo.-Hoy yo también voy ha jugar con tu muñeca.

Tiembla. No recuerda bien cómo ha llegado a esa siniestra mansión, pero eso carece de importancia. Hay algo maligno, algo tan siniestro que le congela el aliento. Escucha unas risas y se estremece. 
Por fin reconoce la casa, aunque parece tan cambiada, tan fantasmagórica... Es una versión siniestra de la casa dónde Peter la ha llevado.
-¿Peter?
Las risas se repiten. Es una risa infantil, un repiqueteo de cascabeles que, sin embargo, suena terriblemente malvado.
-¿¡Peter!?
Sale corriendo. Siente un aliento en su nuca y chilla. De cada sombra salen manos pálidas, húmedas y huesudas que tratan de agarrar sus piernas. Chilla de nuevo, corriendo hacia las escaleras, y allí esta ella.
-No deberías pedir ayuda a Peter, Wendy...
Era una niña, de unos diez años. Llevaba un anticuado camisón blanco y cascabeles trenzados en el pelo. Estaba pálida, tenía unas marcadas ojeras y los labios violáceos. Aún así, se adivinaba que había sido muy hermosa. Y se parecía tanto a él...
Su sonrisa era burlona y cruel.
-¿Quien eres?
-Yo también le quería, ¿sabes? ¡Todos nosotros le queríamos!-Un llanto infantil, suave, pero proveniente de muchas voces distintas empezaron a rodearla. Wendy gritó. Pequeñas figuras fantasmagóricas se acercaban a ella, tambaleándose. Niños muertos. Decenas de niños muertos.
-Yo también le quería, y él me mató. Él nos mató a todos. A ti también te matará.
-¡No!
Pequeñas manos en descomposición empezaron a agarrarse de su ropa. 
-Aunque eres un poco mayor para jugar con nosotros...
La niña empezó a reírse a carcajadas. Su camisón se empezó a teñir de rojo y de su boca empezó a manar sangre a borbotones. Sus ojos de un color demasiado claro seguían clavados en ella.


Despierta gritando y envuelta en sudor frío, expulsándose del sueño. Dejo escapar una risita entre mis dientes.
-No he terminado contigo, boba. Nos quedan muchas noches por delante. Hasta que por fin te largues.
No me importaba que no pudiera oírme, me inclino sobre su rostro aún asustado.
-Porque Peter es MÍO.

Cuento.

Me siento a sus pies.
Cierro los ojos. Creo que daría mi alma por que él pudiera acariciarme una sola vez el pelo. Al menos me ve. Los primeros meses ni siquiera podía verme. Luego empezó a ser capaz de vislumbrarme, fugazmente. Por aquel entonces gritaba mi nombre como si estuviese loco. Tardó más de un año en ser capaz de verme con claridad, y aún más en poder escuchar mi voz.
Al menos puede hablarme. Al menos está pendiente de mí en cada momento, con palabras tiernas. Pero aún así… Echo tanto de menos cualquier contacto físico que a veces me paso días llorando. Y él no puede consolarme con un abrazo, o con una caricia.
A veces pienso que no podré soportarlo. Y entonces mis pensamientos se vuelven demasiado lúgubres. ¿Y que puedo hacer? Una persona puede suicidarse, pero yo ya estoy muerta. No, no hay nada que pueda hacer.
-Peter…
-Dime, Campanilla.
-¿Puedes leer para mí?
Empieza a leer en voz alta el libro que tiene en sus manos, y yo suelto un bufido.
-Eso no.
-¿Qué tiene de malo Shakespeare, hermanita?
-Me aburre.
-Es lo que estoy leyendo.
-Es aburrido.
-¿Lo haces sólo para molestar?
-No entiendo la mitad de lo que dice.
-No te viene mal aprender. Deberías aprovechar que tenemos todo el tiempo del mundo para hacerte un poco más culta.
-Hablas como papá.
Sus ojos se vuelven de hielo.
-Retira eso.
-¡Hablas como un padre! ¡Hablas como un adulto!
-No soy un adulto.
-Tenías tanto miedo a crecer que nos convertiste en esto.-Digo en un todo burlón.- ¿Y todo para qué? ¡Para ser como un adulto aburrido y pedante!
Sus ojos son dos esmeraldas tan gélidas que hace daño mirarlas. Me observa casi con desprecio antes de volver la mirada al libro. Esta vez lee mentalmente.
-Peter…
Nada. Actúa como si no me oyera. Como cuando no notaba mi presencia.
-Peter.
Él me ignora y yo empiezo a sentir pánico.
-Por favor, Peter, perdóname. No quería decir eso, sólo… ¡Peter, escúchame! ¡Por favor! No hagas que no me oyes… ¡No puedo soportarlo!
Siento que me falta el aire. Aunque ya no respire, me estoy ahogando. Trato de agarrarme a su brazo, pero le atravieso. Gimo.
-Lo siento. Lo siento. ¡Lo siento! ¡Peter, mírame! ¡Eres todo lo que tengo! ¡No hagas esto! ¡No hagas como si yo…!
Rompo a llorar entre espasmos, jadeando. Presa del pánico.
Entonces Peter vuelve a leer en voz alta, por donde lo había dejado. Sigue leyendo mientras, poco a poco, logro calmarme y dejar de llorar. Aún tiemblo de miedo cuando termina el capítulo y me mira a los ojos, ligeramente amenazante.
-Dime hermanita, ¿ha estado tan mal?
-No.-Sollozo, totalmente sumisa.
-Deberías ser más obediente. Sabes que detesto castigarte.
-Lo siento. Me portaré mejor.
-Lo sé. Y ahora… ¿Qué cuento quieres que te lea?
Señalo uno, muy infantil y colorido. Aún siento una opresión en el pecho y le miro, amedrentada, mientras él se levanta para cogerlo. Se sienta en el suelo y abre el libro, apoyándolo entre sus piernas cruzadas a lo indio.
-Ven aquí, Campanilla.-Me dice cariñosamente, con una sonrisa.
Me acerco a él y me acurruco a su lado. Mis ojos siguen las letras que él va leyendo. Mi mente se centra en su voz.
Es masculina, pero dulce. Muy agradable. Pone cuidado a la entonación y va interpretando a los distintos personajes. Todo por mí.
El cuento toma un giro cómico y yo río, haciendo reír también a Peter. Adoro su risa.
Tengo que ser buena hermana. Él siempre está pendiente de mí y yo soy demasiado caprichosa. Tengo que esforzarme en hacerle reír más a menudo. Después de todo, es el mejor hermano del mundo.

Elección

¿Por qué?

Gritaba. O lloraba. Puede que ambas.
Todo era caos. Ya no tenía un cuerpo en el que sentir dolor (mi cuerpo estaba entre los brazos de mi hermano, y yo ya no formaba parte de él) y aún así... Aún así sentía un dolor demasiado agudo, demasiado sangrante en mi corazón.

Porque él lo había desgarrado.

¿Por qué?

Traté de arañarle. De agarrar mechones de su pelo oscuro y tirar de ellos hasta hacerle gritar. Quería, necesitaba que dejase de abrazar ese cuerpo que ya no me pertenecía y hacer que me mirase, pero mis manos le atravesaban, y alguien me sujetaba.

Una mujer.

La dama oscura.

La muerte.

¿Qué más daba? Ella no me importaba en absoluto. Peter, mi hermano, mi vida.

¿Qué has hecho?


-Tranquila, pequeña, tranquila.-Ella me acarició el pelo.-Todo estará bien. Te espera un lugar maravilloso.

-¿Por qué?-Era lo único que atinaba a repetir entre mi incontrolable llanto.

-Lo entenderás, a su tiempo. Ahora es tiempo de dejar esto.

Si en ese momento le hubiese prestado atención, me hubiese dado cuenta de lo terriblemente resignada que sonaba su voz. Desoladoramente triste. Ya sabía de lo que mi hermano era capaz, y lo que pretendía hacer. Y ya sabía que él no pierde nunca.

Dejé de gritar para mecerme entre profundos suspiros. La mujer sujetó con dulzura mis mejillas para hacer que mirase a sus ojos vacíos. A pesar de todo era hermosa.

Mortalmente hermosa.

Si la hubiese escuchado, hubiese sido en ese momento. Pero Peter sollozó, acariciando mi pelo con un tintineo de cascabeles.

-Campanilla... Campanilla, no me dejes. Te necesito a mi lado. Campanilla, quédate conmigo.

Una expresión de dolor cruzó el rostro de la muerte. Yo intenté liberarme para mirar a mi hermano.

-No le escuches, pequeña. Él es el causante de esto.

-¿Por qué me ha matado?

-Porque no podía soportar su destino.

-Campanilla, sé que me escuchas.-Masculló mi hermano. Su voz estaba rota por el llanto.-Sólo quería estar contigo para siempre. Ser niños para siempre. No me abandones ahora.

Intenté soltarme. Tenía que mirarle. No soportaba escucharle llorar.

-Pequeña, tenemos que irnos. Ven conmigo.

-Sólo quiero mirarle. ¡Déjame mirarle!-Supliqué.

Sus ojos brillaron con la luz de las estrellas más tristes del firmamento.

Sabía que si le veía, él habría ganado. Sabía que yo ya no podría dejarle.

-Él ha condenado su alma, mi niña. No dejes que haga lo mismo con la tuya.

-No me abandones, Campanilla, sabes que te necesito. ¡No me dejes sólo!

Rompió a llorar. Y yo también.

Niños para siempre. ¿Cuántas veces lo habíamos soñado? Bueno, él lo soñaba. Yo sólo quería estar siempre a su lado, pasase lo que pasase. ¿Era eso lo que pensaba cuando me asesinaba? ¿Qué esa era la forma de cumplir nuestros sueños?
Él temía crecer. Y yo temía que la distancia nos separase. ¿Cómo iba a ser yo la que le abandonase entonces?

-No le escuches.-Me rogó la muerte.

-Entonces déjame verlo. Necesito despedirme de él.

Era una mentira y las dos lo sabíamos, pero no pudo negarse.

Porque todos podemos elegir condenarnos, por mucho que quieran tratar de impedirnoslo.

El mundo se quedó en silencio y ella me soltó. Me giré, impaciente.

Mi hermano abrazaba con desesperación lo que había sido mi cuerpo. Me fijé en lo pálida que estaba, en lo ausente de mi expresión y en la rigidez de mis dedos. No me gustó verme así.

Una gran mancha roja florecía por mi pecho, sobre el níveo camisón. También mi espalda estaba empapada de sangre. Mi piel tenía pequeñas salpicaduras por todas partes y mis labios estaban rojos. Me recordó a aquella vez que me embadurné media cara con el maquillaje de mi madre.

La sangre teñía de un intenso rojo mis labios abiertos, las comisuras de mi boca y se derramaba en un fino hilo escarlata por mi barbilla.

Mamá me regañó mucho aquella vez. Dijo que no parecía una dama, sino una mujer de mala vida, y eso que mis labios quedaron mucho menos rojo. ¿Qué diría de mí si me viese entonces?

Mi sangre también manchaba sus manos, su ropa, su rostro. No podía escucharle, pero estaba segura de que gritaba mi nombre. Estaba aterrado. Aterrado de que pudiera irme y le dejara completamente sólo. Aterrado por perderme para siempre. Se aferraba a mi cuerpo cómo si fuese lo único que le mantuviese con vida. Temblaba, con el rostro enterrado en mi pelo.

-Ven conmigo.-Me suplicó la muerte.-En este mundo sólo queda dolor para tí.

-Y él.

-Te utiliza.

-Me quiere. Me necesita. No puedo dejarle.

Creo que ella también lloraba. Al menos, su voz sonaba como si estuviese tratando de controlar el llanto.

-Si no vienes ahora, nunca encontrarás el camino. Te quedarás atada a él aunque quieras dejarlo. Te quedarás atrapada en un mundo que ya no te pertenece mientras él siga aquí.

-Quiero estar con él.

Y aunque no quisiera, no tenía elección. Me necesitaba.

Ella me abrazó. No le dí importancia. No sabía cuanto echaría de menos el mínimo contacto físico.

-Te deseo lo mejor, mi pobre niña. Ojalá supieras lo que estás haciendo.

Yo me senté junto a mi hermano. No se en que momento la muerte se fue. Trataba de limpiarle las lágrimas a Peter, pero mis dedos atravesaban sus mejillas.

-No llores, Peter, no llores. No voy a dejarte sólo. Sé que me quieres. Sé que lo haces porque me quieres.

No iba a dejarle sólo. Me quedaría con él.

Para siempre.

Mía

Es media tarde y las luces se empiezan a tornar azuladas. Es un tono de azul claro, casi grisáceo, o incluso blanco.

Una suave brisa recorre las calles y trae un aroma a hojas secas. Se acerca el otoño y sus olores regresan cada año con más fuerza.

El tacto del encuadernado es agradable, tocar cuero bien tratado siempre es una sensación reconfortante. Es un libro nuevo y tiene muchas ganas de poder leerlo. Se reclina en el diván y lo abre por la primera hoja, alabando mentalmente la dedicación con la que han elegido el tipo de fuente para la edición.

El sonido de un cristal al romperse rompe el ambiente calmado de la biblioteca.

Peter alza los ojos y comprueba que la tapa del reloj de pared ha explotado.

Suspira cansado y vuelve a su lectura.

Su mirada recorre las hojas a gran velocidad, y estas van sucediéndose una tras otra, dejando que la historia empape la mente del joven que sostiene el libro entre sus manos.

“Él solía hacer bromas acerca de la inteligencia de las mujeres, pero últimamente no le he oído hacerlo. Y cuando habla de Irene Adler o menciona su fotografía, es siempre con el honroso título de «la» mujer.”

Esta vez, el sonido que le interrumpe es el de la ventana al abrirse violentamente a su espalda.

El pomo se ha roto inexplicablemente. El cristal de la compuerta derecha ha sufrido una gran raja que le recorre en diagonal de izquierda a derecha.

Debe dejar el libro sobre uno de los almohadones para poder incorporarse y cerrar el ventanal. Deberá llamar a un especialista para que arregle ese desperfecto. O también podía mudarse ya, se había aburrido de aquella residencia.

Al volver a sentarse para poder continuar leyendo, la puerta decide que sería muy divertido abrirse y a cerrarse con fuerza.

No es un buen lugar para poder leer.

Se levanta y deja el libro en la estantería. Se gira mientras revuelve sus rizados cabellos y camina tranquilamente yéndose a la cocina a por un té. Pero no puede llegar a su destino como tenía planeado, ya que una fuerza le empuja bruscamente hacia atrás.

Logra mantener el equilibrio apoyando su peso contra la pared. Coloca su ropa y vuelve a caminar decidido.

La luz eléctrica se niega a encenderse, obligando al muchacho a tener que rebuscar por los cajones de la cómoda del vestíbulo alguna cerilla.

Pero cuando por fin enciende el candelabro, una ráfaga de aire helado apaga la llama.

Nuevamente, suspira, derrotado, y decide fiarse de sus ojos en la oscuridad mientras entra a tientas en la cocina. No podrá prepararse un té con ese aire, mejor un vaso de leche fría y unas pastas.

La nota a su espalda, y sonríe casi imperceptiblemente. Coge la botella de cristal y antes de girarse a por la taza, la deja caer, cortándose intencionadamente en la palma de la mano:

- ¡Peter! ¡¿Estás bien?!- no tarda en hacerse visible a su lado.

- ¡Mira lo que has hecho, Campanilla!- exclama, mostrando su sangrante mano.- ¡¿Es esto lo que querías conseguir?!

- ¡Claro que no!- sus ojos casi transparentes comienzan a inundarse de intangibles lágrimas.- ¡Pero llevas semanas sin hacerme caso!

- ¡Eres tú quien prefiere irse con niñatas que quedarse conmigo!

Eleanor se queda callada, observando como Peter sale atropelladamente hacia el servicio de la planta de arriba… portando una enorme sonrisa de triunfo.

Entra en el baño, saca el botiquín del armario y rebusca algunas gasas para poder vendarse la herida:

- Hermano…

- ¿Qué es lo que quieres?- contesta con brusquedad.

- ¿Te duele mucho?

Debe hacer acopio de todas sus fuerzas, pero finalmente lo consigue. Se gira violentamente hacia ella, que yace sentada en el suelo a su vera. Ahora es él quien porta los ojos llorosos, permitiendo que frías lágrimas recorran sus azoradas mejillas:

- Me duele más el que ya no me quieras.

- ¡No digas eso, Peter! ¡Sabes que no es verdad!- grita presa de un llanto incontrolado.

Ha ganado.

Suspira y se seca las lágrimas antes de volver a mirarla:

- Te dedico cada segundo de mi existencia. Te adoro. Hice el sacrificio máximo con tal de que estuviéramos juntos eternamente… y tú me lo pagas marchándote con cualquiera.

Ella niega con fuerza y se acerca aún más, sin ser capaz de controlar sus violentos sollozos:

- Perdóname, Peter, lo siento muchísimo. Te quiero, te amo, eres lo más importante de este mundo para mí.

- Y tú lo eres para mí. Eres perfecta.- sonríe entre las lágrimas.- No me pidas perdón, ya te he perdonado.

La joven intenta sonreír. Se acurruca a su lado, y apoya su cuerpo lo más que puede contra el de Peter sin llegar a atravesarle:

- Te quiero, Peter.

- Te quiero, Eleanor. No puedo querer a nadie más en este mundo, eres mi hermana, y siempre lo serás.

Eres mía, Eleanor. No puedo desear a nadie más en este mundo, eres mía, y siempre lo serás.

Resurección

El sabor dulzón aún reinaba sobre mis labios y lengua. Notaba la saliva azucarada, y era como si aún siguiera bebiendo del tónico.

Era empalagoso, y empezaba a dejar de gustarme ese sabor. Aunque sabía de sobra que la próxima vez que vertiera ese líquido amarillento sobre mi boca, el gusto dulce volvería a enloquecerme.

Abrí los ojos lentamente, como cuando te despiertas tranquilamente por la mañana… aunque no había sido consciente de cuando los había cerrado.

Me encontraba de pie, en el centro de mi dormitorio, y todo se veía más claro, como si en un cuadro hubiesen aplicado una base de pintura tan fina que pareciera que todo se viese a través de un velo.

La vela se había consumido hacía rato, y la habitación estaba a oscuras. ¿Por qué podía ver con tanta claridad?

Quise contener el aliento, acelerar mi pulso e incluso bajar mi temperatura corporal. Pero nada de eso sucedió.

Mi cuerpo no respondía a ninguno de esos impulsos lógicos del miedo.

Me giré violentamente, y me vi.

Estaba tumbado de mala manera sobre mi cama, como si me hubiesen arrojado contra ella. El frasco de cristal aún descansaba en mi mano derecha, y de la comisura de mis labios se escapaba un hilillo del agua ambarina.

Estaba muy pálido, y la postura en la que me encontraba me recordaba a las muñecas de trapo de mi hermana.

Un solo pensamiento cruzó rápidamente mi mente, y grité.

Grité con todas las fuerzas de las que creía que podía poseer en ese momento. No necesitaba aire, no tenía que tomar aliento, mi garganta no se resentiría.

Grité y grité durante un largo rato, hasta que escuché como lentamente mi voz iba perdiendo volumen… o voluntad.

Quería llorar, pero no podía, o no sabía como hacerlo. Era algo angustiante, y si hubiera podido, hubiera notado como me asfixiaba por la falta de, ¿aire? ¿coherencia? ¿estabilidad?

- No te preocupes, lo peor ya ha pasado.

Me giré nuevamente con brusquedad al escuchar una voz a mi espalda.

Y ella estaba allí, de pie, con una sonrisa tierna en los labios.

Era alta, por lo menos más que yo. Su cabello grisáceo caía en ondas por su espalda, como si fuera una cascada. La palidez de su piel era parecida a la de las muñecas de porcelana, y concordaba perfectamente con sus ojos completamente blancos, sin iris, sin pupila. Sus labios parecían dibujados por el mejor pintor del mundo, eran pequeños, carnosos, rojos como una manzana envenenada. El vestido negro que portaba tenía el cuello vuelto, dejando los brazos al descubierto, y era tan largo que le cubría los pies. Pechos pequeños, caderas redondeadas, era una mujer de gran belleza.

Una belleza mortal.

Negué con fuerza, preso de un terror inimaginable, y caminé titubeante un paso hacia atrás:

- No me temas, pequeño, no soy un ser malvado.

- ¡Eres la Parca!- grité fuera de mí, señalándola acusatoriamente.

- Ese es uno de mis múltiples nombres, sí.- contestó con suavidad.

- No puedes estar aquí… ¡no debes estar aquí aún!

Ella sonrió, y me señaló levemente hacia el pantalón:

- Mira el reloj que cuelga de tu bolsillo.

Iba a negar, a debatirle que yo no tenía ningún reloj. Pero mi mano fue más rápida que mis labios y se movieron hacia donde su dedo señalaba, encontrándome, efectivamente, con un reloj.

Era de oro, y estaba primorosamente tallado con mil formas que jamás había visto. Y en él, no solo había doce números, señalando las horas, sino 17.

Mi edad.

- Puedes verlo porque tu tiempo se ha agotado.- comenzó a explicarme.- Cada persona posee un reloj, y cuando este se para, significa que su tiempo como vivo se ha terminado.

- No, esto no es real…

- Cuando eso sucede.- continuó sin perder su sonrisa.- Nosotras venimos a recogeros, a llevaros a un lugar mejor, donde podréis descansar.

- ¡No! ¡Márchate! ¡Esto no sirve para nada! ¡Largo!

Era mentira, todo lo que me decía era mentira. Nada de eso era real. NO PODÍA SER REAL. Yo aún estaba vivo, tenía mucha vida que recorrer aún, me faltaban muchas cosas por hacer. Todo eso solo era un mal sueño, nada más, un sueño…

- Sé que es difícil de aceptar, pero tu camino ha concluido.

- ¡Un estúpido reloj no va a decidir eso!

- Es cierto, lo decidiste tú.- nuevamente, su mano se movió, y señaló a mi cuerpo.

Exactamente, señaló el frasquito de cristal que antes contenía ese carísimo tónico que bebía cada vez más fervientemente.

El labio inferior me tembló con fuerza. No…

Volví a gritar y me tapé el rostro con las manos, rechinando los dientes con angustia, una angustia que me recorría cruelmente el… ¿cuerpo?

Yo solo quería ser un niño para siempre, no tener que crecer, no tener que enfrentarme a ese mundo de adultos que tanto pavor me daba.

¡YO NO QUERÍA NADA DE ESTO!

Noté como la Parca se acercaba con sigilo, y me rodeaba con sus brazos, abrazándome con ternura, permitiendo que me apoyara contra sus pechos. Acarició con dulzura mi cabello y me meció como si me tratase de un niño pequeño que se ha despertado de una feroz pesadilla:

- No tengas miedo, no tienes porqué tenerlo.

Aquellos gestos y susurros que se supone que debían tranquilizarme, no lo hacían. ¿Por qué no era capaz de dejarme llevar?

Ella parecía tan cálida, tan cariñosa y tierna, tan humana… que no pude impedir que una atroz idea empezase a formarse en mi mente. Tal vez…

- ¿Por qué has tenido que pensar eso, mi pequeño?- dijo de pronto, y me separó suavemente de ella.- ¿No ves que eso está en contra del ciclo? No es bueno para ti, mi niño, no lo es…- murmuró mientras acarició mis mejillas.

- ¿Pero se puede hacer? ¿Es posible?- pregunté, esperanzado, mientras notaba como una sonrisa empezaba a dibujarse en mi rostro.

Ella asintió, pero toda aquella dulzura y ternura que portaba se transformó en una profunda tristeza. Sus manos dejaron de acariciar mis mejillas y bajaron lentamente hasta colgar inertes a ambos lados de su cuerpo:

- Es posible. Pero deberás sacrificar almas puras en tu lugar.

- ¿Sería un fantasma?

- No, los fantasmas deciden no venir con nosotras durante un tiempo indefinido, ya que necesitan cuidar de algo o alguien. Pero tú…

- Yo seré humano.

- Un asesino.- murmuró con una voz cargada de agonía.

- Pero estaré vivo, ¿no es cierto?

- No, pero tampoco estarás muerto.

- ¿Y este estado dura mucho?

- Solo el término del contador de tu reloj. Cuando este vuelve a acabar, regresaré y…

-… deberé entregarte otro en mi lugar.

- Así es.

Tenía que hacerlo, era mi única oportunidad. El destino la estaba poniendo a mi alcance y no debía rechazarla. No podía rechazarla. Volvería a la vida, a la vida que siempre había soñado. Eternamente un niño.

- Quiero hacerlo.- sentencié.

Unas lágrimas escaparon de los ojos de la Muerte, pero asintió mientras se desvanecía:

- Te doy cinco minutos para encontra un sustituto.

Abrí los ojos y boqueé como un pez fuera del agua. Tosí con fuerza mientras me incorporaba y vomité al lado de mi cama todo aquel líquido que me había matado hacía unos minutos.

Tenía frío, pero notaba como de nuevo, la sangre caliente, recorría velozmente mi cuerpo.

Reí histéricamente unos segundos. No me lo podía creer, era tan increíble… Pero no podía perder el tiempo. La oportunidad estaba a mi alcance y debía cogerla con fuerza antes de que se escapara una vez más.

Me levanté y salí atropelladamente al pasillo. No me importaba hacer ruido, no me importaba que me vieran. Solo una idea poblaba mi mente y tenía que llevarla a cabo.

No llamé a la puerta, no me hacía falta. No con ella:

- Eleanor, ¿estás despierta?- murmuré mientras entraba en la habitación de mi hermana.

Los fantasmas no se van porque tienen que proteger a algo o a alguien por tiempo indefinido. Y Eleanor me quería tanto…

… y yo la necesitaba demasiado. Siempre había sido así. Desde que nació, tenía que tenerla cerca. Mi vida se basaba en estar a su alrededor, beneficiándome de sus risas, de sus sonrisas… y ahora, de su vida.

Pero ya nunca estaríamos solos, no tendríamos que tener miedo a nada. Seríamos unos niños para siempre. Y estaríamos juntos por toda la eternidad.

Costase lo que costase:

- No, pasa, Peter.- dijo sonriente desde su tocador, donde cepillaba su largo cabello moreno.

- Yo voy a irme a dormir ya, pero no podía sin darte una cosa.

Una sonrisa traviesa se dibujó en su infantil rostro y se levantó corriendo, colocándose frente a mí. Esperando un regalo:

- ¿Tienes algo para mí?

- Claro que sí, Campanilla.

Ella rió, y su risa llenó la estancia completa:

- Ya me he quitado los cascabeles del pelo, hasta mañana no volveré a ser Campanilla.

- Pues que pena, porque lo que tengo que darte solo se lo daré a Campanilla.

Nuevamente, la hice reír. Su cuerpecito infantil tembló a causa de la risa y volvió a sentarse corriendo al tocador, sin importarle que su vaporoso camisón se arrugara al sentarse de mala manera.

Trenzó varios mechones finos de su cabello, y entrelazó en ellos cascabeles, campanitas, lazos… Era un viejo juego que teníamos desde niños, pero nunca sería caduco.

Yo la miraba sonriente, notando como mi pulso se aceleraba más y más conforme avanzaban los segundos. Pero ella era rápida, y enseguida volvió a colocarse frente a mí, dejando que el tintineo de su pelo me hiciese reír:

- ¿Mejor así?

- Por supuesto.

- ¿Y cual es mi regalo?

- ¡Un abrazo!

- Jo, eso no es un verdadero regalo.- murmuró, fingiendo estar enfadada.

- ¡Claro que sí!

- ¡No, no lo es!

- Bueno, pues si no lo quieres…- dije como si no me importase, e hice amago de marcharme.

Pero no llegué a dar ni un solo paso hacia la puerta, ya que Eleanor corrió hacia mí y me abrazó con fuerza, conteniendo una risa infantil:

- Te quiero, Peter.

La estreché con fuerza, me inundé de su calor y aspiré su aroma, grabándolo con fuego en mi memora:

- ¿Ella será tu sustituta?

Asentí.

La Parca se hizo visible a la espalda de Campanilla. Sus ojos estaba anegados de lágrimas, que corrían libremente por sus pálidas mejillas.

Se acercó lentamente y me tendió una gran guadaña con manos temblorosas:

- Mata a tu hermana.

Cerré los ojos cuando noté el tacto de la madera en mis dedos. Aferré el mango con fuerza y lo levanté en alto.

Tres.

Dos.

Uno…

Campanilla ahogó un grito contra mi hombro cuando el afilado cuchillo se clavó en su espalda.

Noté como la sangre empezaba a derramarse a borbotones, manchando su impecable camisón, encharcando el suelo, desangrando lentamente a Eleanor.

La Muerte me arrebató dulcemente el arma de mi mano, y depositó una suave caricia sobre mis dedos antes de alejarse, aún presa del llanto:

- Nos vemos en 17 años, mi pequeño. Y espero que entonces, decidas terminar con nuestro trato.- murmuró antes de desaparecer ante mis ojos.

Y mientras mi hermana iba muriendo dolorosamente entre mis brazos, escuché claramente como el reloj que descansaba en mi bolsillo volvía a funcionar.

Recreo.

-Hola, niña.
La chiquilla me miró sorprendida, levantando la vista de las flores con las que estaba jugando.
Sonreí, maravillada. ¿Tan fácil?
-¿Quien eres?
-Una amiga.
Hacía tiempo que había aprendido a introducirme en los sueños de mi hermano. Los primeros años de... Bueno, desde que pasó ESO habían sido horribles, especialmente cuándo el se iba a dormir y me quedaba sola. Aterradoramente sola. Cuando descubrí que podía colarme en sus sueños sentí que mi existencia volvía a ser soportable. En sueños era tangible. En sueños él volvía a abrazarme, y aunque sabía en todo momento que era irreal, era lo mejor que tenía. Volvía a sentir frío, calor, dolor, y todas esas sensaciones que temía olvidar.
-Pues yo no te conozco.-Replicó la niña.
-Es que yo soy una amiga muy especial. Durante el día me hago invisible.
-No me lo creo, ahora es de día.
-No, no, no, pequeña. Es que estás soñando.
Y con un gesto, me convertí en cientos de mariposas doradas. Mi risa traviesa resonó por todo nuestro alrededor cuando acaricié el rostro de la pequeña con mis cientos de alas y ella abrió los ojos maravillada. Su piel era tan maravillosamente suave... Volví a transformarme en mi misma.
Había aprendido poco a poco a controlar los sueños, cosa que Peter no soportaba. incluso en eso tenía que mantener él el control sobre mí. No quería ni pensar que haría si supiese lo que estaba haciendo, alejándome de él ahora que estaba dormido para introducirme en los sueños de una niña viva.
Haciendo amigas.
-¿Como te llamas?
-Eleanor.
-Yo soy Rose.
-Es un nombre cursi.
-¡No lo es!
Reí de nuevo, por la indignación de la niña. Era increíble poder hablar con alguien. Me sentía completamente feliz. Jugamos. Cambiaba el mundo que nos rodeaba para convertirlo en lo que más nos conviniese. Reímos. Los animales más extraños comieron de nuestras manos. Hablamos. No dijimos nada serio, pero seguía siendo maravilloso compartir cada palabra con ella.
No estaba sola.
Me veía.
Jugaba conmigo.

Seguí visitándola cada noche. Mi pequeña amiga. Tenía que volver con Peter antes de que despertara y meterme en su sueño para que no sospechase nada, no sabía como reaccionaría. Aún así estoy segura de que  él notaba algo raro en mí.
Fue un sábado, un terrible sábado, cuando seguía a Peter por una calle cercana a nuestra casa cuando la oí gritar.
-¡Eleanor!
Peter se detuvo. La niña me miraba y sonreía de oreja a oreja. Su madre no soltaba su mano.
-¿No puedes verla, mamá? Es que es casi transparente. Me dijo que de día es invisible, pero viene a jugar conmigo cada noche.
Peter me miró. Yo no me enfrenté a su mirada, si no que devolví la sonrisa a Rose y la saludé con un gesto antes de que su madre la arrastrara.
-Eleanor...-Murmuró demasiado suavemente mi hermano.
Y supe que lo que iba a pasar iba a ser terrible.

Celos

-¿Una chica?
Mi hermano levanta la mirada de la adolescente, dormida, para enfrentarse a la mía.
-¿Una chica de mi edad?
-En realidad tú ya has cumplido cerca de doscientos años.
-¡Gracias por recordármelo! 
-¿Cual es el problema, Elle? Otras veces han sido mujeres y niñas.
-Pero no chicas de mi edad.-Respondo indignada.-No chicas a las que tratas como me tratabas a mí cuando estaba viva. ¡No quiero que las trates como a mí!
-Sabes lo que voy a hacer con ella. Sabes para qué la quiero.
-Para hacer con ella lo mismo que hiciste conmigo.-Me cruzo de brazos. 
Estoy tan furiosa que la luz de la lámpara titila un poco y las cortinas ondulan ligeramente. La chica frunce el ceño en sueños, inquieta de pronto. Me alegra molestarla.
-Para.
-No puedo.-Respondo burlonamente.
-He dicho que pares.
Se pone tan serio que me asusta. Hago un esfuerzo por controlar mi furia. La chica vuelve a respirar tranquila, y todo vuelve a la calma.
-¿Ella es cómo yo para ti, Peter? ¿Ella es tu juguete nuevo?
-Deja de decir tonterías. Tú eres mi hermana. Tú estarás siempre conmigo.
-¿Y si a ella le pasase lo mismo que a mí? 
-No va a pasar.
-¡Esa no es la cuestión!-Me giro, enfadada, y recorro la habitación.
-Entonces explícame cual es el problema, hermanita.
-El problema es que es como yo era, y tú la cuidas cómo me cuidabas a mí. ¡No me importa que ella vaya a morir por ti! ¡Ahora esta viva! Y eso es lo que me duele. Me muero de envidia. Ella te abraza mientras yo me quedo mirándoos. Ella respira, su corazón late, la coges de la mano y la besas como si nada mientras yo daría mi alma por sentir una caricia tuya. Puede que pronto esté muerta, pero ahora esta viva y eso me mata de envidia.

Te echo de menos

-Te echo de menos.

Él estaba distraído, así que me mira sorprendido por mi repentina sinceridad.

-Estoy a tu lado. Siempre estaré a tu lado.

-Y siempre inalcanzable…-Recito amargamente.

-Pero seguiré siempre a tu lado.-Odio que su voz sea tan calmada, que siempre lo tenga todo bajo control, que siempre ocurra todo según su plan.- No puedes echar de menos a alguien que te dedica cada segundo de su existencia.

-Echo de menos lo que eras. Echo de menos jugar con mi hermano. No tiene nada que ver con lo que somos ahora, con lo que nos hemos convertido…

-Nada dura eternamente.

-Para ti es fácil decirlo.-Protesto.-Tú sigues siendo lo que eras, no has cambiado, no como yo.

-¿Me culpas?

-Te quiero. Aún te quiero y eso hace que me sienta… Furiosa conmigo misma.

-No, no te enfades contigo.

-Si fuera más fuerte dejaría que cada uno siguiese su rumbo.-Suspiro, con ganas de llorar.-Si fuera más segura de mi misma… Pero no puedo. Eres todo lo que tengo.

-Y tú eres todo lo que yo tengo. ¿No te das cuenta? Te dedico cada segundo de mi existencia.

-¿Por qué? ¿Para redimirte? ¿Porque te sientes culpable por haberle quitado la vida a tu hermana?-Replico furiosa.

-No tuve elección.-Responde, tajante, poniéndose serio.

-Esa es tu excusa.

-Entonces ¿me culpas?

Quiero gritar que sí, pero no tengo repuesta. No lo sé. Quiero convencerme de que le odio por lo que me hizo, pero si realmente creyese que es culpable yo… No podría soportarlo.

-No puedo culparte porque eres todo lo que tengo.

-Te quiero, hermana. Siempre te he querido.

-Entonces ¿por qué me mataste?

-No tenía otra opción.

Resoplo. Desearía más que nunca poder irme y abandonarle. Pero no podría. Nadie me vería. Nadie me hablaría. Eternamente sola, vagando entre los vivos.

-Esa es tu excusa.-Repito, enfadada, y me encierro en mi misma tratando de olvidarme del mundo, de mi mundo, de mi hermano, mi asesino, mi protector… Y de nuevo vuelvo a echar dolorosamente de menos a mi hermano de los recuerdos, aquel que me cuidaba y con el que jugaba. Aquel niño al que admiraba.

Que no se parece nada al hombre frío y calculador que respeta mi silencio, releyendo un artículo en su impecable despacho.