Mía

Es media tarde y las luces se empiezan a tornar azuladas. Es un tono de azul claro, casi grisáceo, o incluso blanco.

Una suave brisa recorre las calles y trae un aroma a hojas secas. Se acerca el otoño y sus olores regresan cada año con más fuerza.

El tacto del encuadernado es agradable, tocar cuero bien tratado siempre es una sensación reconfortante. Es un libro nuevo y tiene muchas ganas de poder leerlo. Se reclina en el diván y lo abre por la primera hoja, alabando mentalmente la dedicación con la que han elegido el tipo de fuente para la edición.

El sonido de un cristal al romperse rompe el ambiente calmado de la biblioteca.

Peter alza los ojos y comprueba que la tapa del reloj de pared ha explotado.

Suspira cansado y vuelve a su lectura.

Su mirada recorre las hojas a gran velocidad, y estas van sucediéndose una tras otra, dejando que la historia empape la mente del joven que sostiene el libro entre sus manos.

“Él solía hacer bromas acerca de la inteligencia de las mujeres, pero últimamente no le he oído hacerlo. Y cuando habla de Irene Adler o menciona su fotografía, es siempre con el honroso título de «la» mujer.”

Esta vez, el sonido que le interrumpe es el de la ventana al abrirse violentamente a su espalda.

El pomo se ha roto inexplicablemente. El cristal de la compuerta derecha ha sufrido una gran raja que le recorre en diagonal de izquierda a derecha.

Debe dejar el libro sobre uno de los almohadones para poder incorporarse y cerrar el ventanal. Deberá llamar a un especialista para que arregle ese desperfecto. O también podía mudarse ya, se había aburrido de aquella residencia.

Al volver a sentarse para poder continuar leyendo, la puerta decide que sería muy divertido abrirse y a cerrarse con fuerza.

No es un buen lugar para poder leer.

Se levanta y deja el libro en la estantería. Se gira mientras revuelve sus rizados cabellos y camina tranquilamente yéndose a la cocina a por un té. Pero no puede llegar a su destino como tenía planeado, ya que una fuerza le empuja bruscamente hacia atrás.

Logra mantener el equilibrio apoyando su peso contra la pared. Coloca su ropa y vuelve a caminar decidido.

La luz eléctrica se niega a encenderse, obligando al muchacho a tener que rebuscar por los cajones de la cómoda del vestíbulo alguna cerilla.

Pero cuando por fin enciende el candelabro, una ráfaga de aire helado apaga la llama.

Nuevamente, suspira, derrotado, y decide fiarse de sus ojos en la oscuridad mientras entra a tientas en la cocina. No podrá prepararse un té con ese aire, mejor un vaso de leche fría y unas pastas.

La nota a su espalda, y sonríe casi imperceptiblemente. Coge la botella de cristal y antes de girarse a por la taza, la deja caer, cortándose intencionadamente en la palma de la mano:

- ¡Peter! ¡¿Estás bien?!- no tarda en hacerse visible a su lado.

- ¡Mira lo que has hecho, Campanilla!- exclama, mostrando su sangrante mano.- ¡¿Es esto lo que querías conseguir?!

- ¡Claro que no!- sus ojos casi transparentes comienzan a inundarse de intangibles lágrimas.- ¡Pero llevas semanas sin hacerme caso!

- ¡Eres tú quien prefiere irse con niñatas que quedarse conmigo!

Eleanor se queda callada, observando como Peter sale atropelladamente hacia el servicio de la planta de arriba… portando una enorme sonrisa de triunfo.

Entra en el baño, saca el botiquín del armario y rebusca algunas gasas para poder vendarse la herida:

- Hermano…

- ¿Qué es lo que quieres?- contesta con brusquedad.

- ¿Te duele mucho?

Debe hacer acopio de todas sus fuerzas, pero finalmente lo consigue. Se gira violentamente hacia ella, que yace sentada en el suelo a su vera. Ahora es él quien porta los ojos llorosos, permitiendo que frías lágrimas recorran sus azoradas mejillas:

- Me duele más el que ya no me quieras.

- ¡No digas eso, Peter! ¡Sabes que no es verdad!- grita presa de un llanto incontrolado.

Ha ganado.

Suspira y se seca las lágrimas antes de volver a mirarla:

- Te dedico cada segundo de mi existencia. Te adoro. Hice el sacrificio máximo con tal de que estuviéramos juntos eternamente… y tú me lo pagas marchándote con cualquiera.

Ella niega con fuerza y se acerca aún más, sin ser capaz de controlar sus violentos sollozos:

- Perdóname, Peter, lo siento muchísimo. Te quiero, te amo, eres lo más importante de este mundo para mí.

- Y tú lo eres para mí. Eres perfecta.- sonríe entre las lágrimas.- No me pidas perdón, ya te he perdonado.

La joven intenta sonreír. Se acurruca a su lado, y apoya su cuerpo lo más que puede contra el de Peter sin llegar a atravesarle:

- Te quiero, Peter.

- Te quiero, Eleanor. No puedo querer a nadie más en este mundo, eres mi hermana, y siempre lo serás.

Eres mía, Eleanor. No puedo desear a nadie más en este mundo, eres mía, y siempre lo serás.

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