Cuento.

Me siento a sus pies.
Cierro los ojos. Creo que daría mi alma por que él pudiera acariciarme una sola vez el pelo. Al menos me ve. Los primeros meses ni siquiera podía verme. Luego empezó a ser capaz de vislumbrarme, fugazmente. Por aquel entonces gritaba mi nombre como si estuviese loco. Tardó más de un año en ser capaz de verme con claridad, y aún más en poder escuchar mi voz.
Al menos puede hablarme. Al menos está pendiente de mí en cada momento, con palabras tiernas. Pero aún así… Echo tanto de menos cualquier contacto físico que a veces me paso días llorando. Y él no puede consolarme con un abrazo, o con una caricia.
A veces pienso que no podré soportarlo. Y entonces mis pensamientos se vuelven demasiado lúgubres. ¿Y que puedo hacer? Una persona puede suicidarse, pero yo ya estoy muerta. No, no hay nada que pueda hacer.
-Peter…
-Dime, Campanilla.
-¿Puedes leer para mí?
Empieza a leer en voz alta el libro que tiene en sus manos, y yo suelto un bufido.
-Eso no.
-¿Qué tiene de malo Shakespeare, hermanita?
-Me aburre.
-Es lo que estoy leyendo.
-Es aburrido.
-¿Lo haces sólo para molestar?
-No entiendo la mitad de lo que dice.
-No te viene mal aprender. Deberías aprovechar que tenemos todo el tiempo del mundo para hacerte un poco más culta.
-Hablas como papá.
Sus ojos se vuelven de hielo.
-Retira eso.
-¡Hablas como un padre! ¡Hablas como un adulto!
-No soy un adulto.
-Tenías tanto miedo a crecer que nos convertiste en esto.-Digo en un todo burlón.- ¿Y todo para qué? ¡Para ser como un adulto aburrido y pedante!
Sus ojos son dos esmeraldas tan gélidas que hace daño mirarlas. Me observa casi con desprecio antes de volver la mirada al libro. Esta vez lee mentalmente.
-Peter…
Nada. Actúa como si no me oyera. Como cuando no notaba mi presencia.
-Peter.
Él me ignora y yo empiezo a sentir pánico.
-Por favor, Peter, perdóname. No quería decir eso, sólo… ¡Peter, escúchame! ¡Por favor! No hagas que no me oyes… ¡No puedo soportarlo!
Siento que me falta el aire. Aunque ya no respire, me estoy ahogando. Trato de agarrarme a su brazo, pero le atravieso. Gimo.
-Lo siento. Lo siento. ¡Lo siento! ¡Peter, mírame! ¡Eres todo lo que tengo! ¡No hagas esto! ¡No hagas como si yo…!
Rompo a llorar entre espasmos, jadeando. Presa del pánico.
Entonces Peter vuelve a leer en voz alta, por donde lo había dejado. Sigue leyendo mientras, poco a poco, logro calmarme y dejar de llorar. Aún tiemblo de miedo cuando termina el capítulo y me mira a los ojos, ligeramente amenazante.
-Dime hermanita, ¿ha estado tan mal?
-No.-Sollozo, totalmente sumisa.
-Deberías ser más obediente. Sabes que detesto castigarte.
-Lo siento. Me portaré mejor.
-Lo sé. Y ahora… ¿Qué cuento quieres que te lea?
Señalo uno, muy infantil y colorido. Aún siento una opresión en el pecho y le miro, amedrentada, mientras él se levanta para cogerlo. Se sienta en el suelo y abre el libro, apoyándolo entre sus piernas cruzadas a lo indio.
-Ven aquí, Campanilla.-Me dice cariñosamente, con una sonrisa.
Me acerco a él y me acurruco a su lado. Mis ojos siguen las letras que él va leyendo. Mi mente se centra en su voz.
Es masculina, pero dulce. Muy agradable. Pone cuidado a la entonación y va interpretando a los distintos personajes. Todo por mí.
El cuento toma un giro cómico y yo río, haciendo reír también a Peter. Adoro su risa.
Tengo que ser buena hermana. Él siempre está pendiente de mí y yo soy demasiado caprichosa. Tengo que esforzarme en hacerle reír más a menudo. Después de todo, es el mejor hermano del mundo.

1 comentarios:

Hall dijo...

Hola! He visto tu Blog y es sencillamente genial

Te sigo, ¿Devuelves?

Besitos! ♥

Publicar un comentario