Elección

¿Por qué?

Gritaba. O lloraba. Puede que ambas.
Todo era caos. Ya no tenía un cuerpo en el que sentir dolor (mi cuerpo estaba entre los brazos de mi hermano, y yo ya no formaba parte de él) y aún así... Aún así sentía un dolor demasiado agudo, demasiado sangrante en mi corazón.

Porque él lo había desgarrado.

¿Por qué?

Traté de arañarle. De agarrar mechones de su pelo oscuro y tirar de ellos hasta hacerle gritar. Quería, necesitaba que dejase de abrazar ese cuerpo que ya no me pertenecía y hacer que me mirase, pero mis manos le atravesaban, y alguien me sujetaba.

Una mujer.

La dama oscura.

La muerte.

¿Qué más daba? Ella no me importaba en absoluto. Peter, mi hermano, mi vida.

¿Qué has hecho?


-Tranquila, pequeña, tranquila.-Ella me acarició el pelo.-Todo estará bien. Te espera un lugar maravilloso.

-¿Por qué?-Era lo único que atinaba a repetir entre mi incontrolable llanto.

-Lo entenderás, a su tiempo. Ahora es tiempo de dejar esto.

Si en ese momento le hubiese prestado atención, me hubiese dado cuenta de lo terriblemente resignada que sonaba su voz. Desoladoramente triste. Ya sabía de lo que mi hermano era capaz, y lo que pretendía hacer. Y ya sabía que él no pierde nunca.

Dejé de gritar para mecerme entre profundos suspiros. La mujer sujetó con dulzura mis mejillas para hacer que mirase a sus ojos vacíos. A pesar de todo era hermosa.

Mortalmente hermosa.

Si la hubiese escuchado, hubiese sido en ese momento. Pero Peter sollozó, acariciando mi pelo con un tintineo de cascabeles.

-Campanilla... Campanilla, no me dejes. Te necesito a mi lado. Campanilla, quédate conmigo.

Una expresión de dolor cruzó el rostro de la muerte. Yo intenté liberarme para mirar a mi hermano.

-No le escuches, pequeña. Él es el causante de esto.

-¿Por qué me ha matado?

-Porque no podía soportar su destino.

-Campanilla, sé que me escuchas.-Masculló mi hermano. Su voz estaba rota por el llanto.-Sólo quería estar contigo para siempre. Ser niños para siempre. No me abandones ahora.

Intenté soltarme. Tenía que mirarle. No soportaba escucharle llorar.

-Pequeña, tenemos que irnos. Ven conmigo.

-Sólo quiero mirarle. ¡Déjame mirarle!-Supliqué.

Sus ojos brillaron con la luz de las estrellas más tristes del firmamento.

Sabía que si le veía, él habría ganado. Sabía que yo ya no podría dejarle.

-Él ha condenado su alma, mi niña. No dejes que haga lo mismo con la tuya.

-No me abandones, Campanilla, sabes que te necesito. ¡No me dejes sólo!

Rompió a llorar. Y yo también.

Niños para siempre. ¿Cuántas veces lo habíamos soñado? Bueno, él lo soñaba. Yo sólo quería estar siempre a su lado, pasase lo que pasase. ¿Era eso lo que pensaba cuando me asesinaba? ¿Qué esa era la forma de cumplir nuestros sueños?
Él temía crecer. Y yo temía que la distancia nos separase. ¿Cómo iba a ser yo la que le abandonase entonces?

-No le escuches.-Me rogó la muerte.

-Entonces déjame verlo. Necesito despedirme de él.

Era una mentira y las dos lo sabíamos, pero no pudo negarse.

Porque todos podemos elegir condenarnos, por mucho que quieran tratar de impedirnoslo.

El mundo se quedó en silencio y ella me soltó. Me giré, impaciente.

Mi hermano abrazaba con desesperación lo que había sido mi cuerpo. Me fijé en lo pálida que estaba, en lo ausente de mi expresión y en la rigidez de mis dedos. No me gustó verme así.

Una gran mancha roja florecía por mi pecho, sobre el níveo camisón. También mi espalda estaba empapada de sangre. Mi piel tenía pequeñas salpicaduras por todas partes y mis labios estaban rojos. Me recordó a aquella vez que me embadurné media cara con el maquillaje de mi madre.

La sangre teñía de un intenso rojo mis labios abiertos, las comisuras de mi boca y se derramaba en un fino hilo escarlata por mi barbilla.

Mamá me regañó mucho aquella vez. Dijo que no parecía una dama, sino una mujer de mala vida, y eso que mis labios quedaron mucho menos rojo. ¿Qué diría de mí si me viese entonces?

Mi sangre también manchaba sus manos, su ropa, su rostro. No podía escucharle, pero estaba segura de que gritaba mi nombre. Estaba aterrado. Aterrado de que pudiera irme y le dejara completamente sólo. Aterrado por perderme para siempre. Se aferraba a mi cuerpo cómo si fuese lo único que le mantuviese con vida. Temblaba, con el rostro enterrado en mi pelo.

-Ven conmigo.-Me suplicó la muerte.-En este mundo sólo queda dolor para tí.

-Y él.

-Te utiliza.

-Me quiere. Me necesita. No puedo dejarle.

Creo que ella también lloraba. Al menos, su voz sonaba como si estuviese tratando de controlar el llanto.

-Si no vienes ahora, nunca encontrarás el camino. Te quedarás atada a él aunque quieras dejarlo. Te quedarás atrapada en un mundo que ya no te pertenece mientras él siga aquí.

-Quiero estar con él.

Y aunque no quisiera, no tenía elección. Me necesitaba.

Ella me abrazó. No le dí importancia. No sabía cuanto echaría de menos el mínimo contacto físico.

-Te deseo lo mejor, mi pobre niña. Ojalá supieras lo que estás haciendo.

Yo me senté junto a mi hermano. No se en que momento la muerte se fue. Trataba de limpiarle las lágrimas a Peter, pero mis dedos atravesaban sus mejillas.

-No llores, Peter, no llores. No voy a dejarte sólo. Sé que me quieres. Sé que lo haces porque me quieres.

No iba a dejarle sólo. Me quedaría con él.

Para siempre.

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